La Bandera ha acompañado a cada lucha justa en Cuba. Foto: Abel Padrón Padilla/Cubadebate
La Bandera ha acompañado a cada lucha justa en Cuba. Foto: Abel Padrón Padilla/Cubadebate
A Cuba se le acumulan las victorias. Eran muchos los que se llenaban la boca con el triunfo del equipo de béisbol estadounidense en Miami, sin esperar que esa “derrota” para el equipo cubano y la entrecomillo a propósito, era lo mejor que podía pasar para todos de cara a la opinión pública y al panorama internacional.
Hace ya un tiempo que las generaciones que hoy tienen menos de 25 años prefieren a Instagram como red social digital. La percepción de que Facebook está “obsoleta” –percepción a la que ha contribuido generosamente el arribo a esta plataforma de millones de “tembas” y adultos mayores– y el uso más evidente de esta aplicación con fines políticos han llevado a los más jóvenes a una mudanza masiva.
Instagram les ofrece un carrusel de videos cortos, muchas veces cómicos (o que lo intentan ser) y la posibilidad de interactuar sobre la base de imágenes. Ahí poca gente lee un post.
Además de congeniar con la naturaleza eminentemente visual de nuestro arquetipo biológico, Instagram tributa a ese culto banal, frívolo, de la imagen por encima del mensaje, la preferencia moderna del continente frente al contenido. Los filtros y los efectos con los que cualquier persona, sin ser especialista, puede modificar sus fotos, han propiciado que se generalicen paradigmas de belleza artificial.
Y en la perversa dialéctica de las invenciones humanas –creamos las herramientas y luego ellas nos modifican a nosotros– eso ha significado que miles de personas se vistan, se maquillen y hasta se operen para parecerse más a ese rostro que ven en sus pantallas, reflejo adulterado de sí mismas.
Siendo una red digital tan popular entre los jóvenes, esa perversa dialéctica que mencionamos influye entonces en el deseo creciente de algunos jóvenes, a ritmo desenfrenado, de ser populares. Gustar, atraer, provocar ese like: Instagram es el mismo perro con diferente collar (cuestión de diseño, si se quiere).
Y en esa lógica de la popularidad a través de la imagen, de la belleza humana como objeto de contemplación y veneración, como estándar, la cosificación de la mujer tiene un peso determinante. No es que a los hombres no se nos pueda tratar como a pedazos de carne para ser exhibidos, sino que la estructura aún patriarcal de la sociedad moderna global empuja a que las mujeres ocupen mayoritariamente esas “vitrinas digitales” que son hoy las redes.
En Cuba, si se hace una búsqueda rápida y sin pretensiones de profundidad u objetividad científica, se puede observar que cualquier muchacha puede llegar a tener, sin demasiadas dificultades, 20, 30, 50 y hasta 100 000 seguidores (e interacciones en proporción), sobre todo si en esa cuenta comparte fotos que puedan exacerbar los instintos lascivos de esa legión de babosos que infecta toda comunidad digital. Dentro de esos miles y miles de seguidores, las muchachas más “populares” –que muchas veces aún no terminan siquiera el preuniversitario– tienen a una corte de gente bien “temba”, bien adulta, que se dedica a la depredación visual.
Que redes digitales así sean una dimensión de aparente libertad, que se utilicen sin supervisión de adultos (responsables), implica una vulnerabilidad incuestionable para los más jóvenes, que pueden terminar siendo víctimas de acoso y experimentar desagradables e incluso peligrosas situaciones.
Entender ese fenómeno, en el que nuestros adolescentes –especialmente las féminas– alimentan “voluntariamente” el morbo de miles de depravados, con su imagen, nos debe llevar a asumir una postura más activa en las escuelas y en los hogares.
Hay que educar a esos usuarios de Instagram y otras aplicaciones similares para que hagan un uso consciente y atinado de esas herramientas, que si bien nos ayudan a potenciar la comunicación también pueden llevarnos a convertirnos en víctimas o en mercancía. Por supuesto, el problema no se limita a internet o a una u otra plataforma: el problema es de fondo, es sistémico. Pero por alguna parte hay que empezar.
La conversación digitalizada metaboliza cualquier suceso, de la naturaleza que sea, da igual si es una competición deportiva o una guerra. Foto: Archivo.
Según sopla el viento se mueve la veleta, apuntando al norte o al sur, al este o al oeste. Y cuando la ventolera es muy fuerte, gira enloquecida y se vuelve una figura abstracta, como una moneda dando volteretas en el aire. Eso que llamamos “opinión pública” (y que tiene muchas acepciones e interpretaciones diferentes) se comporta a menudo de forma similar: según soplan los vientos, la conversación social va fluyendo en uno u otro sentido. Y en el entorno digital, que funciona como motor de hiperdinamización de las interacciones humanas, esa veleta gira enloquecida y caprichosa.
Las redes digitales aparentan ser un reino de libertad absoluta. La sensación de impunidad que muchas veces generan, al no existir consecuencias reales y graves para la conducta de sus usuarios, propician un clima de toxicidad y agresividad que se traduce en ofensas, ataques, calumnias, linchamientos, etc.; pero también induce a las personas a creer que en esos escenarios se puede hacer todo, que no hay límites.
El lunes al mediodía los usuarios de Twitter notaron una modificación a la política de etiquetado. La plataforma de redes sociales comenzó a marcar a un grupo de medios públicos como “afiliados al gobierno cubano” y la etiqueta aparecía a su vez en los mensajes enviados o compartidos desde cualquier cuenta individual que tuviera un enlace a los sitios web de esas publicaciones. El martes, Facebook cerró una veintena de perfiles de supuestos partidarios de la Revolución cubana, pero dejó cientos que publican manuales de bombas caseras, llaman a quemar estaciones de policía, anuncian expediciones armadas, divulgan datos privados para el sicariato político, amenazan e insultan generalmente desde cuentas en el extranjero.
La tecnología, como toda obra humana, tiene un lado luminoso y un reverso oscuro. De la misma forma en la que dividir átomos puede suministrar la energía que necesita la humanidad entera, una reacción en cadena a nivel atómico también puede detonar la fuerza cósmica de una estrella moribunda y provocar un genocidio, como en Hiroshima y Nagasaki.
En el corazón de cada cubano, como en una leyenda cherokee, puede estar desatándose ahora mismo una batalla terrible entre dos lobos.
Aunque por su origen pareciera muy distante de nuestros conflictos existenciales, el relato, de las conocidas como «Cinco tribus civilizadas», puede describir esa desgarradora pelea interna en el alma, el corazón y la mente de los que, además de habitarlas por simple casualidad geográfica, amamos este singular conjunto de islas.
Tras una semana fuera de las pantallas, el programa Con Filo regresó este martes para analizar cuestiones latentes en la realidad cubana.
Temas como una iniciativa de “paro nacional” (alentada por los “medios independientes”); las acusaciones infundadas contra Puentes de Amor y la campaña de Yunior García contra Con Filo fueron abordados en la emisión.
Quienes pretenden terminar con el sistema socialista de una nación independiente se apoyan en Estados Unidos y su clásica injerencia política. Esa que funciona en otros países, pero no en su vecino ubicado a 90 millas náuticas.
Posiblemente jamás se profirieron insultos tan groseros contra una autoridad eclesiástica, como los que se escuchan en los últimos días contra Su Santidad, el Papa Francisco. El líder de la Iglesia Católica tiene rabiando a los odiadores, por haber declarado que ama al pueblo cubano y que tiene una «relación humana con Raúl Castro».
Este jueves, el programa Con Filo transmitió su emisión 99. Poco a poco, se acerca a la número 100 un espacio que surgió para hacer frente, con lenguaje sencillo y sagaz, a las campañas de descrédito y manipulación mediática que abundan en redes sociales contra el proceso revolucionario cubano.
Algunos de los saludos enviados al colectivo por periodistas, personalidades de la política y la cultura fueron transmitidos en esta ocasión. También se pusieron sobre la mesa las nuevas artimañas de quienes ansían una rebelión, aunque la tengan que inventar ellos mismos.