
Mi querido e inolvidable tío Manolo, solía hacer una anécdota cargada de fina picardía, sobre un orador que allá por los años sesenta del pasado siglo, tuvo la encomienda de arengar a las masas en algún punto de la geografía oriental de Cuba, donde por décadas había reinado el más furibundo anti comunismo, gracias a la propaganda feroz de la época destinada a confundir y demonizar. Contaba Manolo que el hombre, un revolucionario de armas tomar, enardecido en medio de la vorágine que había desatado el primero de enero de 1959, se dirigió a los presentes de esta manera: