La contrarrevolución destaca por sus “suicidas morales”, esos que echan por la borda cualquier prestigio o credibilidad que pudieran haber tenido. Gente que pasó de adorar al Che a denostarlo; gente que se burla de los muertos; gente que un día baila con los Van Van y al otro se asquea; gente incapaz de admitir que no se puede obligar a cinco millones de personas a que desfilen un domingo