Amanece una semana después de las elecciones de medio término en Estados Unidos y aún no se conoce quién tendrá la mayoría en la Cámara de Representantes, ni los datos definitivos sobre el Senado, donde si habrá dominio demócrata será mínimo, y los datos han caído a cuentagotas durante la última semana. Tardaremos meses en acceder a cifras reales y definitivas sobre cantidades de votantes en cada nivel y por cada puesto, todo lo que consumimos por ahora serán encuestas a pie de urna.
Sin pretender tropicalizar el asunto, si este escenario hubiera sucedido al Sur del río Grande, ya se hubieran amontonado las denuncias por fraude, los pedidos de intervención extranjera y la Secretaría de la OEA estaría en vigilia permanente. Pero no es el caso, se trata de la “democracia estadounidense” y las salpicaduras nos llegarán a todos de una u otra manera.
Se impone hurgar en lo “que no se ve” (Martí siempre presente) que es en definitiva la verdad. La primera pregunta que debemos intentar responder es por qué en esta oportunidad se ha roto la tendencia histórica, que reza que estas elecciones siempre significan un costo para el partido que ocupa la Casa Blanca. El cuestionamiento adquiere otro significado, si a ello le agregamos que las condiciones económicas no eran del todo satisfactorias para los demócratas.
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