
Dime quién te aplaude y te diré….
Antonio Rodríguez Salvador (Imagen: Tomada de Pixabay) La Jiribilla.- De acuerdo con Henri Gouhier, la “imitación” de un hombre actuando no puede ser más que una representación; una acción hecha presente. En esa doble relación con la existencia y con el tiempo está la esencia del teatro. Quien entra en escena no es el representante de una personalidad, es personaje trasformando una sombra en realidad, alguien que presta su ser.
Así, estoy en mi luneta (mi casa, la pantalla de mi PC) compartiendo el tiempo con un actor llamado Yunior García Aguilera. Se ha descorrido el telón, una luz cenital lo transfigura y dota de un tono épico; difuminadas, en el fondo, se perciben siluetas. Escucho sus parlamentos, atiendo a la línea dramática y, de repente, me pregunto a quién estará prestando su ser.
“¿De qué va la obra? ¿Se trata acaso de una tragedia?; ¿teatro del absurdo? ¿Un personaje alucinado? En cualquier caso, ¿tales equívocos no son más coherentes con el sainete o la comedia?”.
Entiendo que procura representarse a sí mismo, el personaje se llama y actúa como Yunior, tiene su figura y sus señas, pero una cualidad importante en toda obra literaria es su consistencia: esa necesidad de que todas las premisas tengan que ser verdaderas para que el argumento sea válido. Las implicaciones lógicas del discurso no pueden ser autocontradictorias.