CRÓNICAS BIEN CORTAS: Y Fidel entró en La Habana
Desde 1957 Agustín era «un revolucionario sin acciones». Me lo contaba sin particular orgullo, en nuestras largas tertulias a finales de los noventa. «Yo me hice revolucionario el día que mataron a José Antonio frente a un costado de la Universidad. Yo era amigo personal de Manzanita, su muerte me golpeó mucho. Y cuando faltó él, me dije: «A este país le hace falta un líder. Y ese líder está en las lomas de Oriente: se llama Fidel». Desde ese día traté de estar al día de lo que pasaba en la Sierra Maestra, pero era muy difícil. Había poca información. Muchas veces pensé en entrar a la clandestinidad, unirme a algún grupo. Pero no tenía los contactos. Y ser un combatiente en La Habana era más difícil que serlo en Oriente».
A finales de 1958 Agustín supo que Batista en el poder tenía los días contados. «A mí no me asombró el triunfo de los barbudos. El 1 de enero fui un hombre feliz. Y en cuanto supe que Fidel venía para La Habana me propuse estrecharle la mano».
El 8 de enero el fue uno entre los miles que se agolparon en las avenidas para recibir la Caravana de la Victoria. «Fui muy ingenuo, pensé que podía verlo de cerquita. Pero lo vi pasar, y sentí una emoción grandísima. Es como si hubiera entrado un Mesías, yo lo sentí así. Ese día no lo pude abrazar. Pero unos meses después lo tuve de pronto delante, en uno de los recorridos que hacía por La Habana. Y ahí sí le di la mano. Le dije: «Gracias por hacer la Revolución». Y él me dijo: «No, la Revolución la hicimos todos»».