Con el Henry Reeve, el Nobel que merece la Medicina cubana

Con el Henry Reeve, el Nobel que merece la Medicina cubana

Muchos son los hechos históricos que avalan la propuesta internacional de otorgar el Nobel de la Paz 2021 al Contingente cubano de médicos especializados en situaciones de desastres y graves epidemias, Henry Reeve; con escenarios no solo en nuestro continente, sino en otros países alejados geográficamente, como inicialmente fue el caso de Argelia, en 1963 (primera misión médica), y más cercano en el tiempo Pakistán, tras el devastador terremoto del 8 de octubre de 2005, bautizo de fuego de las brigadas recién constituidas.

Esa noble agrupación había sido creada, oficialmente, apenas unos días antes por Fidel, el 19 de septiembre, luego de que el huracán Katrina azotara la costa sur de Estados Unidos; pero el desinteresado ofrecimiento de Cuba para ayudar a las víctimas encontró la negativa del Gobierno estadounidense.

Desde entonces, el Contingente ha escrito una historia gloriosa que tiene, en su contribución el enfrentamiento al ébola en África, y actualmente a la COVID-19 en varias naciones, sus últimas gestas.

Pero, a propósito de la merecida candidatura al Premio Nobel de la Paz 2021 para nuestros profesionales de la Salud, lo cual es apoyado por miles de personalidades del mundo y más de mil prestigiosas organizaciones, es necesario recordar uno de los grandes y generosos hitos internacionalistas de la Medicina cubana, iniciado el 29 de marzo de 1990: el tratamiento, aquí, de niños afectados por el grave accidente ocurrido en la planta nuclear de Chernóbil, en Ucrania.

Después de un minucioso trabajo investigativo en el terreno, durante tres meses, de tres profesores, dos de ellos directores de institutos médicos de alto nivel, arribaron a Cuba ese día, en dos naves de Cubana de Aviación, los primeros 139 niños afectados gravemente por las radiaciones emanadas por el reactor accidentado.

Nuestros pioneros y el Gobierno cubano cedieron el campamento de Tarará para, junto a su hospital y la red de hospitales especializados de La Habana, examinar y atender de forma integral y confiable hasta 30 000 infantes por año, cuestión que no se logró totalmente por razones ajenas a la Isla.

Habría que buscar, detenidamente, para encontrar otros gestos de tal magnitud, en que un país haya salvado a más de 26 000 niños extranjeros, de muertes y enfermedades crónicas, como lo hizo el archipiélago antillano, al establecer, junto a organizaciones sociales ucranianas, un puente aéreo entre Kiev y La Habana, durante más de 20 años. Muchos de esos pequeños hoy, en Ucrania, se han convertido en ingenieros, periodistas, doctores, obreros calificados, en hombres y mujeres de bien.

Para los desmemoriados y serviles, cabe recordar que Brasil también confió a Cuba el tratamiento de un numeroso grupo de niños afectados también por un accidente radiactivo, paralelamente al programa de Chernóbil, quienes restablecieron su salud gracias a la profesionalidad y experiencia adquirida por nuestros médicos y personal del sector en enfermedades provocadas por la radiactividad.

Nunca olvidaré la emoción y admiración extraordinaria que experimenté en la madrugada de aquel 29 de marzo de 1990, al acompañar, en el segundo avión, a los niños más graves, desde Kiev a La Habana, cuando el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, gestor y conductor por excelencia de esa asistencia, en la propia losa del aeropuerto José Martí me instruyó: «No acudir a los medios ucranianos y no permitir a los periodistas ucranianos estar visitando nuestra sede en Kiev para buscar información. Esto no lo estamos haciendo para propaganda; es un deber cívico ayudar a esos niños a restablecer su salud, y Cuba hará hasta lo imposible por lograrlo. Reúne el mayor número de cartas de los niños, entrégalas y reúnete con los familiares en Kiev para que estén tranquilos y confiados…».

Por argumentos como los que ofrecen tales ejemplos, el Nobel de la Paz que hoy se propone, desde varias partes del orbe, para el Contingente Henry Reeve, bien lo merece la Medicina cubana en su conjunto, en reconocimiento justo a la labor internacionalista que, prácticamente desde el triunfo de la Revolución, despliega en el mundo.

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