Por:Haroldo Miguel Luis Castro
Apuntes sobre la mediocridad
La crisis sanitaria causada por la propagación del nuevo coronavirus, además de confirmar las “sospechas” sobre la existencia de profundas brechas sociales, llegó en momentos donde las principales potencias mercantiles se preparaban para reivindicar el peor desempeño económico desde el 2009, con una tasa de crecimiento solo del 2,5 por ciento, según reveló un reciente informe publicado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
Asimismo, el virus de la COVID-19 encontró a los territorios latinoamericanos y caribeños envueltos en tortuosos procesos de agitación política, debido, en buena medida, a la pérdida de confianza en las instituciones gubernamentales y en los distintos modelos democráticos que han alimentado los índices de pobreza y extrema pobreza en la región.
Con la Unión de Naciones Suramericana desmantelada como resultado de la labor ejercida por el mandatario ecuatoriano Lenín Moreno y la exponencial pérdida de jerarquía de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños —dos de los organismos integracionistas más influyentes de los últimos años— todo apuntaba a que la Organización de Estados Americanos (OEA) asumiría el papel rector frente a la lucha contra la pandemia.
En una zona geográfica en la que el ya mencionado documento de la CEPAL avisaba de importantes afectaciones en los sectores de la salud, la educación y el empleo se hacía imprescindible la puesta en marcha de acciones que disminuyeran el impacto de la enfermedad. Sin embargo, la presencia de al menos Brasil, Perú y México entre los más afectados muestran a las claras la preocupante docilidad de la OEA con propuestas de escasa contundencia.
Brasil se encuentra entre los diez países más afectados por la COVID-19 y varios especialistas apuntan que el número de fallecidos por la enfermededad puede ser nueve veces superior al declarado de manera oficial. (Ricardo Moraes / Reuters)
Salvo el lanzamiento de una Comunidad Virtual para los Sistemas de Emergencia y Seguridad de los países miembros en el que se puede compartir información científica en tiempo real, poco ha hecho dicha entidad. En esto tiene que ver la posición asumida por su secretario general, el uruguayo Luis Almagro Lemes, quien, en su acostumbrado baile encima de la Carta de la Organización de los Estados Americanos, ha preferido dedicar su tiempo a otras cuestiones.
Para ser justos, cabe destacar que a estas alturas se antoja tarea complicada lograr cohesión en una entidad que el propio Almagro ha contribuido a fragmentar. Tampoco se puede decir que no haya abogado por la aplicación de medidas sanitarias pues, para consumar su reelección al frente de la OEA, el pasado mes de marzo hizo lo imposible para asegurar un entorno “fuera de riesgos” y así efectuar la votación, aun cuando 17 Estados de los 34 participantes propusieron postergar el sufragio .
Una vez más, la actitud del diplomático corresponde sospechosamente con las tendencias conservadoras del área que han tratado de minimizar las consecuencias de una epidemia que ya supera la cifra de 300 000 fallecidos en el mundo. A pulso reaviva la discusión de si resulta pertinente la existencia de una asociación fraguada en ideales del panamericanismo y la archiconocida Doctrina Monroe.
Con el antecedente de haberse mostrado a favor del derrocamiento de la administración legítima de Venezuela encabezada por el presidente Nicolás Maduro Moros y de tener su cuota de protagonismo en los acontecimientos que llevaron al golpe de Estado en Bolivia y posterior derrocamiento de Evo Morales Ayma, la OEA —liderada por Almagro—prefiere quedarse callada ante el intento de captura de Maduro por mercenarios gestionados entre Colombia y Estados Unidos, y ante el acto terrorista perpetuado en dicha nación hacia la embajada cubana.
Mientras, se dedica a tergiversar con extraordinaria alevosía los hechos de solidaridad y verdadera cooperación que ocurren de manera espontánea, a mostrar absurda preocupación por cuestiones sin sentido y a autoproclamarse paladín de la libertad y los derechos individuales.
En cualquier caso, habría que agradecerle su cuota de racionalidad para al menos en esta ocasión ignorar los llamados de Donald Trump a ingerir cloro y exponerse a fuertes fuentes de luz para erradicar el virus.
La OEA carece de autoridad moral para llevar a buen puerto cualquier intento de colaboración. Por eso se cuentan en miles los que padecen del ego y el interés personalizado de naciones mucho más interesadas en obtener capital que en conseguir el bienestar social. A fin de cuentas, nada nuevo.